Editorial.
No hay que ser un abogado ni un especialista en estos asuntos para saber que la Corte Constitucional colombiana es abusiva, invade competencias que no le corresponden, es sobreactuada, extralimitada y no cumple con las funciones que realmente le corresponden.
En diversas clases universitarias y escuchando innumerables veces a expertos, nos han enseñado que la labor de la Corte Constitucional es velar por el cumplimiento de la Constitución Nacional, ser su guardián, salvaguardarla y evitar su violación.
Pero ya es muy recurrente ver que el alto tribunal con sus fallos invade los terrenos del Congreso de la República que tiene como misión legislar, crear leyes, modificarlas, establecer las reglas de juego de esta sociedad.
Infortunadamente es una Corte Constitucional que con sus fallos no ayuda a construir sociedad sino que señala el camino de la autodestrucción, sentencias que en vez de fortalecer la figura de la vida y de la familia, las ha ido desdibujando.
Las decisiones de esta Corporación deberían ser contundentes, pero a veces sus fallos se dan con una diferencia de un solo voto, 5-4, cargados de subjetividad, queriendo decir que por un pelín el resultado fue blanco o pudo ser negro, fue si o pudo ser no, algo a lo que yo no le encuentro sentido, si tenemos presente que su misión es evaluar si un hecho se ajusta o no a la constitución.
Y es por ese camino que la Corte Constitucional nos ha dicho que la dosis personal de droga, que destruye vidas y familias, es un derecho. Y con el argumento del libre desarrollo a la personalidad le dice al individuo, “vea por aquí se puede autodestruir”.
Asimismo con sus fallos nos han dicho que el aborto, que es un asesinato, es un derecho y ahora este tribunal con su más reciente decisión estableció que el dueño de la vida es el hombre y no Dios y que por lo tanto la eutanasia es otro derecho, contrariando lo que dice el Señor en su Palabra en 1 Samuel 2:6 “El Señor quita la vida y la da; nos hace bajar al sepulcro y de él nos hace subir”. Y en Deuteronomio 32:39 b dice “Yo hago morir y hago vivir. Yo hiero y yo sano, y no hay quien pueda librar de mi mano”.
Cada vez, es más evidente que esta es una sociedad que está de espaldas a Dios, empezando por los altos magistrados, que por estos días no gozan de buena credibilidad gracias al cartel de la toga que demostró la venta de sus fallos o como sus intereses personales o políticos los llevan a estar lejos de su verdadero rol de impartir justicia.
Estos ilustres juristas, donde muchos de ellos no creen en Dios y desconocen su palabra, con sus decisiones subjetivas, porque si no los fallos no serían tan divididos, han dado luz verde para que algunas instituciones practiquen el aborto a diestra y siniestra, olvidando que desde que el ovulo esté fecundado allí hay una vida, allí hay una persona como lo reconocen las Sagradas Escrituras en el Salmo 139:13 “Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre”.
Qué bueno sería que en Colombia cada quien hiciera lo que le corresponde y que el Congreso asuma sus responsabilidades de legislar en estos asuntos, pero por su ausencia, por no asumir posiciones porque pueden perder votos, dejan que la Corte Constitucional se sobreactúe y de paso destruya vidas, porque después que una mujer aborte, su recuperación emocional es una misión imposible, mientras que criar un hijo no planeado, podría traerle un sinnúmero de momentos felices.